¡AL CARAJO!
¡Al carajo! La tragedia en la línea 12 del Metro de la ciudad de México marcará sin duda a la administración de Andrés Manuel López Obrador.
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No solo por la desgracia de pérdida de vidas humanas – lamentabilísima, a no dudar-.
Ni por las implicaciones políticas que traerá el hecho de que dos protagonistas de esta crisis son cercanísimos al presidente de la República y aspirantes a sucederlo.
Tras el muy triste episodio, no solamente se analizará a posteriori el derrotero de las carreras públicas de Marcelo Ebrard y Claudia Sheimbaum.
El primero promotor responsable de la construcción de la más nueva de las líneas del Sistema de Transporte Colectivo capitalino.
La segunda, jefa de Gobierno en los últimos 28 meses y por lo tanto garante del funcionamiento y manutención correctos de la infraestructura urbana.
No. El 3 de mayo de 2021 y los días subsecuentes serán recordados también porque los hechos de esta semana acabaron de desnudar el talante de un mandatario que gozó de una histórica simpatía popular.
Pero que al llegar a Palacio Nacional transformó sus complejos y resentimientos en una actitud soberbia, lejana de aquellos recorridos a ras de tierra que lo acercaron como nadie a la gente, a la que él mismo llama “el pueblo noble, bueno y sabio”.
El presidente López Obrador cree que hablar 3 horas diarias frente al atril del Salón Tesorería es estar cerca de la gente que votó por él.
Está convencido de que viajar en avión comercial lo hace accesible y cercano.
¿En qué se ha convertido el presidente?
Le gusta usar recursos técnicos y económicos infinitos para hacer montajes de supuestos recorridos por zonas inundadas, o de visitas a enfermos en hospitales públicos.
No se niega a abusar del escenario cuidado, el guión pulido y la iluminación correcta.
Permite dejar detrás de las vallas de seguridad las expresiones populares que escuchó directamente al oído durante años de peregrinaje proselitista.
Cuando la nación ha requerido que su presidente se ponga al frente de una situación penosa, el demagogo rehúye, delega y hasta comparte su tribuna presidencial.
Con tal de no parecer él responsable de lo que es responsable, o sea de lo pasa en México y tiene consecuencias públicas o afecta el bien común.
El presidente negó la gravedad de la pandemia cuando ésta llegó a nuestras tierras.
Nos engañó con que no habría catástrofe sanitaria y que los inconvenientes pasarían pronto.
No lo vimos empático, ni siquiera compasivo con cientos de miles de vidas segadas, muertes que le vinieron como anillo al dedo para culpar de todo pero incluso de eso al pasado.
Ese tiempo pretérito al que no puede responsabilizar en el caso Tláhuac, porque forma parte de él.
Tampoco llamó a familiares, no visitó lesionados, no acudió a ver con sus propios ojos el concreto destruido, el acero torcido, los trenes abatidos y el sufrimiento humano de alrededor.
Y no acudió a dar ánimo y prefirió dormir sus horas para al día siguiente, muy temprano, hablar mayormente de otras cosas.
Pero Andrés Manuel López Obrador no solo elude su responsabilidad sino que cada día puede ocultar menos su molestia.
Explicable porque dirige un país que se le sale de las manos, con una crisis económica terrible, inflación galopante incluido el negado “gasolinazo”.
Escalada de precios de productos básicos, una violencia sin control y la pandemia que no ha terminado aunque se nos quiera hacer creer que sí.
AMLO quiere puros lambiscones que le den la razón de que el centro del mundo es él.
Y que todo lo malo que pasa en México es una conspiración en su contra.
La gran respuesta de AMLO a víctimas de la Línea 12
Por eso, a la pregunta obvia de por qué no fue a Tláhuac espetó: “¡al carajo”!
Sí, ahí es a donde va el país de cara a la mitad de la mal llamada Cuarta Transformación.
El tren nacional se dirige a un tramo endeble que puede romperse a su paso y desplomarse, como el convoy naranja.
Pero el 6 de junio podemos hacer algo.
Tenemos 25 días para encargarnos de un cambio de vía, para que el tren llegue de la mejor manera posible a su destino, que por ahora es el “carajo”.
Estación intermedia de una ruta que hay que modificar, porque su terminal tiene el mismo nombre que el rancho presidencial de Palenque.
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