Implicaciones de una reforma al esquema de impuestos especiales en las bebidas alcohólicas
La industria de las bebidas alcohólicas en México resalta por su importancia en la generación de empleos, cadenas productivas y divisas. Se estima que la producción de bebidas alcohólicas (que incluye cerveza, vino y destilados) representa el 5% del PIB manufacturero. Las exportaciones de bebidas representan cerca de 7,000 millones de dólares, de los cuales más de la mitad se deben a la cerveza, el principal producto agroalimentario de exportación. Los cambios en los hábitos de consumo e ingreso de ciertos sectores de la población ha generado un incremento en la demanda de bebidas de calidades mayores, al igual que ha permitido la expansión de industrias como la del mezcal y otras industrias tradicionales y con procesos artesanales de producción.
Sin embargo, el consumo de bebidas alcohólicas en México está asociado también a una serie de padecimientos, enfermedades y gastos en salud pública. Los gobiernos nacionales alrededor del mundo emplean diversas estrategias para mitigar estos efectos adversos e influenciar la cantidad y calidad de los productos consumidos. Una de esas estrategias es el uso de impuestos especiales, como el Impuesto Especial sobre Producción y Servicios implementado en México. Empleados adecuadamente, los impuestos especiales pueden cumplir su objetivo de influenciar la demanda y recaudar recursos para los gobiernos que pueden ser usados en estrategias de prevención y atención de enfermedades relacionadas al consumo de alcohol.
El sistema de impuestos especiales empleado en México sigue un método ad valorem, que no considera la cantidad de alcohol contenida en una bebida, sino que tasa el valor del producto final. En esta nota se revisa brevemente la estructura de la demanda y la oferta de bebidas alcohólicas en México y analiza posibles efectos de un cambio en el régimen de impuestos espaciales del actual basado en el valor final de la bebida a uno que se base en la cantidad de alcohol por unidad de volumen.
En la nota se hace énfasis que los efectos son distintos para los productores con costos más bajos que para los productores artesanales o de bebidas tradicionales. El esquema actual incentiva la un producción de bebidas en presentaciones grandes, mientras que un impuesto basado en el contenido alcohólico podría incrementar el precio de las bebidas con bajo contenido de alcohol y reducir el precios de los licores con mayor contenido alcohólico. El impuesto basado en el contenido alcohólico refleja el costo social del consumo de alcohol, es decir, incorpora de manera más directa los efectos de las externalidades producidas por el consumo de alcohol.
Se destaca que los efectos de un cambio en el régimen de impuestos no pueden ser juzgados solo por sus efectos en la demanda en el corto plazo. Se deben considerar los efectos en el mediano plazo sobre los incentivos de los productores a mejorar la calidad de las bebidas, los efectos sobre las ingresos de las finanzas públicas, los efectos sobre la economía y el empleo local, la carga sobre los recursos naturales, entre muchos otros.
Consumo de alcohol en México y el mundo
El consumo de alcohol está ligado a algunos resultados negativos para los individuos y sus sociedades, tales como la prevalencia de enfermedades, la dependencia y el consumo adictivo y el incremento de accidentes de tráfico. De acuerdo con el la Global Burden of Disease Collaborative Network (2018), el consumo de alcohol provocó en 2017 alrededor de 2.8 millones de muertes en todo el mundo. En el caso de México, para 2017, el alcohol causó poco más de 52 mil muertes, superando a otros factores de riesgo, como la contaminación o el uso de drogas. Según la misma fuente, en México, 2.1 millones de personas padecen algún desorden de consumo de alcohol (83% de los cuales son hombres y el resto mujeres).
Cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS) (2021) indican que del total de alcohol consumido en México ascendía a 5 litros per cápita al año en 2019. Las proyecciones de esta misma fuente muestran que esta cifra podía elevarse a 7.7 litros para 2021. Comparado con los países donde más alcohol se consume – República Checa (14.3 litros al año), Letonia (13.2), Moldavia (12.9) o Alemania (12.8) -, la cantidad de alcohol consumida en México es mucho menor. El consumo en México es incluso menor que el promedio de los países de América (6.3 litros) incluidos en los datos de la OMS (2021).
Sin embargo, el consumo de alcohol en México presenta otras complicaciones. Según datos de la Encuesta nacional de consumo de drogas, alcohol y tabaco (ENCODAT) 2016 (Instituto Nacional de Salud Pública, 2017), el consumo no es uniforme a lo largo de la semana, sino que se concentra en los días del fin de semana (aunque 2.9% de las personas de entre 12 y 65 años consume alcohol diariamente). De acuerdo con esta encuesta, de 2011 a 2016, la presencia de consumo excesivo de alcohol en el mes previo a la encuesta aumentó de 12.3 19.8% de la población de entre 12 y 65 años. Más aún, para la población de entre 12 y 17 años, el consumo excesivo pasó de 4.3 a 8.3% en el mismo periodo. Además, el consumo consuetudinario (consumir cinco copas o más para el caso de los hombres o cuatro copas o más para el caso de mujeres en una sola ocasión y por lo menos una vez a la semana) pasó de 5.4 a 8.5% de 2011 a 2016. De manera preocupante el consumo consuetudinario en niños y niñas de entre 12 y 17 años se incrementó de 1 a 4.1% en el mismo periodo.
De acuerdo con la ENCODAT 2016, la bebida con mayor preferencia en México es la cerveza (40.8% de los encuestados declararon preferirla), seguida de los destilados (tequila, whisky, ron, brandy, etc.) (19.1%), del vino (8.2%), las bebidas preparadas (7%), el pulque y otros fermentados (3.6%) y del alcohol puro y aguardientes (1.4%). Las cifras de la OMS (2019) muestran que del total de consumo de alcohol de bebidas registradas el 77% se encuentra en la cerveza, el 20% en destilados, el 2% en vino y el 1% en otras bebidas.
Es decir, si bien en volumen per cápita el consumo es mucho menor al de los países con mayor consumo, los hábitos de consumo de alcohol, preponderantemente entre jóvenes, tienen consecuencias de salud muy importantes. Por tanto, se justifica la intervención del estado en la implementación de medidas para modificar estos comportamientos y reducir los efectos nocivos en las personas y en la sociedad.
Sobre los impuestos especiales y sus objetivos
Los impuestos especiales al consumo tienen tres funciones principales: la recaudación de fondos para la hacienda pública; la internalización de los efectos negativos hacia los otros individuos provocados por las decisiones individuales; y la corrección de los sesgos cognitivos temporales sobre los costos y beneficios futuros de las acciones tomadas en el presente.
Por el lado de la recaudación, los impuestos especiales representan una fuente de ingresos para las finanzas públicas adicionales a los impuestos a las ventas. El impuesto es relevante pues es percibido directamente por el consumidor: un impuesto más alto representa un precio de venta final mayor. Como es comúnmente el caso, las bebidas alcohólicas son bienes ordinarios, es decir, su demanda disminuye conforme aumenta el precio, por lo que los impuestos tienen por tanto efectos en las cantidades producidas y vendidas.
Un factor esencial que considerar en la implementación o cambio en un impuesto es la elasticidad precio de la demanda, es decir, cómo cambia la demanda de bebidas alcohólicas cuando se incrementa el precio (posiblemente debido a la introducción o incremento de un impuesto). Para el caso de México, el rango en que distintas estimaciones colocan a la elasticidad precio de las bebidas alcohólicas es muy amplio. Moreno-Aguilar et al. (2011) estiman una la elasticidad precio de la cerveza en México en el largo plazo fue de -1.40 y -1.31en el corto plazo. Catalán y Moreno (2016) estiman la elasticidad precio de la cerveza en -0.25 para el corto plazo y -1.23 en el largo plazo; mientras que para el vino y los licores la estiman en -0.58 en el corto plazo y en -1.48 en el largo plazo. Nicita (2008) estima una elasticidad de -0.91 para las bebidas alcohólicas y el tabaco en su conjunto, diferenciando entre estratos de ingreso (solo los hogares en el quintil más rico exhiben una elasticidad cercana a -0.5, el resto de los quintiles exhibe una elasticidad muy similar al promedio).
La segunda motivación para el uso de impuestos especiales tiene que ver con la corrección de un problema de externalidades. Es decir, los impuestos corrigen el hecho de que los individuos no toman en cuenta los efectos negativos hacia otros individuos que surgen como consecuencia de sus acciones individuales. El caso del consumo de alcohol es un ejemplo típico de estos efectos de externalidad. Los individuos consumen alcohol que, en términos económicos, les proveen de cierta utilidad; sin embargo, estos individuos solo pesan los costos para él o ella en términos monetarios y no monetarios con respecto a los beneficios que esperan obtener, pero no consideran que en sus decisiones pueden afectar negativamente el bienestar de otros individuos.
Una forma directa por la cual las decisiones de consumo de alcohol de un individuo afectan a otros es si el primero provoca un accidente que afecte la salud o incluso provoque la muerte del segundo a causa de conducir ebrio. Otra forma de externalidad, quizás menos obvia, es el efecto sobre las finanzas públicas: el consumo de alcohol está relacionado con la prevalencia de padecimientos como enfermedades cardiacas y del hígado, problemas digestivos, diversos tipos de cáncer, así como enfermedades mentales (Centers for Desease Control and Prevention, 2021). La atención a estas enfermedades ejerce presión sobre las finanzas públicas y distrae recursos para otras necesidades, afectando negativamente el bienestar del resto de la sociedad.
Finalmente, los impuestos especiales pueden corregir problemas de información. La economía del comportamiento ha revelado que los individuos frecuentemente se desvían de las predicciones clásicas del modelo racional. Por tanto, exhiben comportamientos miopes e inconsistentes en el tiempo. Así, incluso si el consumo de alcohol no produjera externalidades hacia otros individuos, un individuo en el presente puede no estar internalizando los costos – monetarios y no monetarios – futuros.
La aplicación de impuestos especiales al alcohol ha mostrado ser eficaz para reducir el consumo y, por tanto, reducir enfermedades y fatalidades. Por estas razones, la OMS (2010) incluye las políticas de precios entre las acciones de la estrategia global para reducir el uso dañino de alcohol. Algunos de los efectos de los impuestos al modificar el precio de las bebidas incluyen – aunque no se limitan a- la reducción del consumo en menores de edad, la reducción de episodios de consumo en exceso y la modificación de las preferencias de los consumidores.
La industria de las bebidas alcohólicas en México
Por el lado de la cerveza, la producción nacional en 2019 fue de 119 millones de hectolitros, de los cuales 40 millones (33%) se exportaron. Además, se importó un millón de hectolitros (Cámara de la cerveza y la malta, 2021). La oferta de la cerveza en México está dominada por dos grandes grupos, Anheuser-Busch InBev, propietario de las marcas del Grupo Modelo con cerca de 59% del mercado, y Heineken, dueño de las marcas del Cuauhtémoc Moctezuma con 40% del mercado. Las cervezas artesanales, por su parte, representan apenas 0.1% del mercado, y buscan una diferenciación a través de los sabores, la calidad y los métodos artesanales de producción. La industria cervecera emplea al 49% de todo el personal ocupado en la industria de las bebidas alcohólicas (INEGI, 2020).
La industria del vino es diametralmente distinta. La oferta en el país está constituida fundamentalmente por productos importados (80%), principalmente de España, Chile y Estados Unidos. La escala de la producción, las ventajas climáticas y las políticas industriales y de precios en los principales países productores hacen que los costos de producción del vino mexicano sean comparativamente mayores. Por tanto, los productores nacionales deben diferenciarse a través de la calidad y del complemento de experiencias ligadas al sector turístico. A pesar de esto, en México la producción en 2018 alcanzó los 21 millones de litros y el mercado se expande en promedio a una tasa de 8% anual (Durazo-Watanabe y López, 2021).
Por el lado de los destilados, los principales tipos de bebidas consumidas en México son el tequila, y el whisky. La producción de tequila en 2019 fue de 350 millones de litros, de los que se exporta el 80%, principalmente a Estados Unidos. El tequila es una bebida protegida por denominación de origen y puede producirse en el estado de Jalisco (todos los municipios), 30 municipios de Michoacán, 11 de Tamaulipas, 8 de Nayarit y 7 de Guanajuato. Existen en el mercado una amplia gama de tequilas de diversas calidades y precios, siendo una de las bebidas donde la competencia por precios es más intensa, y la diferenciación por calidad incluye productos de muy alta sofisticación.
En años recientes el whisky se posicionó como la bebida preferida en México después de la cerveza y el tequila con cerca de 50 millones de litros, en su mayoría importados de Escocia.
Con lo que respecta al brandy, en México se consumen aproximadamente 25 millones de litros cada año y cuya oferta está dominada por los productos mexicanos de la casa Pedro Domecq y una amplia variedad de productos de importación de diversas calidades y precios. Muy de cerca sigue el ron, con las marcas del grupo Bacardí a la cabeza y una gama también muy amplia de calidades y precios.
Tipos de impuestos a las bebidas alcohólicas
Para simplificar el análisis sobre el tipo de impuestos que pueden aplicarse a las bebidas alcohólicas y sus posibles efectos en el consumo y la producción, consideremos que una bebida alcohólica está compuesta por alcohol, agua y un componente de calidad percibida. También en ánimos de simplificación, consideremos que el agua tiene un precio de cero, mientras que el precio del alcohol es el mismo para cualquier bebida y cualquier tipo de productor. Por tanto, los productos difieren solo en el precio de su calidad percibida. Así, una manera de comparar los precios de productos con distintas presentaciones y calidades percibidas es el precio por unidad de alcohol, es decir, el precio de la bebida dividido por el volumen de alcohol que contiene.
Cuando una bebida tiene un impuesto ad valorem, el impuesto se calcula tomando como base el valor del producto, independientemente de su contenido de alcohol o su calidad percibida. Así, supongamos que el impuesto es de 20% del valor de la bebidas. Entonces una bebida de un litro que contenga 100 mililitros de alcohol y que cueste 100 pesos deberá tener un impuesto de 20 pesos, siendo su precio final 120 pesos. Por otro lado, una bebida de un litro, pero con 200 mililitros de contenido de alcohol, pagará el mismo impuesto y tendrá el mismo precio final, 120 pesos, aunque su contenido alcohólico sea del doble.
En cambio, cuando se impone un impuesto ad quantum, el impuesto se calcula como un porcentaje por unidad de volumen de alcohol. Suponiendo ahora que se tasa cada mililitro de alcohol a 20 centavos, la primera bebida del ejemplo anterior se compraría también en 120 pesos (20 pesos de impuesto). Sin embargo, la segunda tendría un costo de 140 pesos (20 pesos de impuesto). Es decir, la segunda bebida pagará el doble de impuesto pues contiene el doble de alcohol.
El esquema impositivo más común en el mundo es el impuesto ad quantum, aunque no es raro la utilización de una combinación de ambos. En el caso de México, el impuesto aplicado al alcohol se denomina Impuesto Especial sobre Producción y Servicios (IEPS) y se calcula de acuerdo con la siguiente regla, para la enajenación o importación de bebidas con contenido alcohólico y cerveza: para bebidas con hasta 14° GL de graduación alcohólica, la tasa es de 26.5% del valor de la bebida. Si la bebida tiene más de 14 y hasta 20° GL, la tasa es de 30% del valor de la bebida. Y si la bebida tiene más de 20° GL, la tasa es de 53% del valor. Esto es, en México se emplea un esquema escalonado de impuestos ad quantum. La recaudación del IEPS en México en 2019, antes de la pandemia del covid-19, fue de 163 mil millones de pesos (excluyendo la gasolina), de los cuales el 35% corresponde a bebidas alcohólicas y cerveza (Centro de Estudios de las Finanzas Públicas, 2020).
Las consecuencias para la salud y las finanzas públicas del consumo excesivo de alcohol requieren de una intervención más decidida del estado y una mezcla de decisiones de política que aborde el problema desde sus distintas aristas. Por el lado de los impuestos, las opciones de política no se limitan a modificar las tasas actuales, sino a la posible sustitución del esquema ad valorem por el ad quantum.
Una propuesta actualmente discutida en México consiste en que las bebidas alcohólicas sean gravadas de acuerdo con el contenido de alcohol. Específicamente, la propuesta actualmente en la Cámara de Diputados contempla gravar con 1.75 UMAs cada litro de alcohol. Esto tiene además la ventaja de tener en cuenta la inflación. En la actualidad, una UMA equivale a 89.62 pesos, por lo que la propuesta implica gravar con aproximadamente con $ 156.84 pesos cada litro de alcohol.
Posibles efectos de la introducción de un nuevo esquema impositivo
Al considerar un cambio de régimen de impuestos es importante contemplar las distintas dimensiones que se verían afectadas. Desde el punto de vista presupuestario, el efecto del cambio dependerá de la magnitud del impuesto ad quantum introducido y de la vigilancia que se realice al respecto. Los impactos presupuestarios caen fuera del alcance de la presente nota. Por otro lado, para conceptualizar los posibles efectos de un cambio del esquema de impuestos de ad valorem a ad quantum sobre las decisiones de consumo y producción, es necesario considerar, al menos, las estructuras de costos de los productores, las elasticidades del consumo y los horizontes temporales.
Consideremos el caso de la cerveza, mercado que en años recientes se ha expandido y diversificado, no solo con la entrada de diversas marcas extranjeras, sino con el crecimiento de la aún incipiente cerveza artesanal. Las grandes empresas tienen una estructura con costos más bajos, pues aprovechan mejor las economías de escala. Los potenciales entrantes no pueden competir vía precios, por lo que buscan ofrecer un producto con alta calidad percibida, como es el caso de la cerveza artesanal. Para poner algunos casos concretos, la Tabla 1 muestra la situación actual con un impuesto ad valorem y una situación alternativa con un impuesto ad quantum, para tres bebidas distintas: cerveza, vino y tequila.
En el estado actual de las cosas, una cerveza de 355 mililitros con 4.5° GL cuesta aproximadamente $ 13 pesos en un supermercado. Esto implica que, descontando el IVA y el IEPS, el precio del producto sin impuestos es de $ 8.86 pesos. Esta cerveza contiene 16 mililitros de alcohol, por lo que, con la propuesta de 1.75 UMAs por litro de alcohol, esta cerveza pagaría un impuesto de $ 2.51 pesos de IEPS. El precio final de la cerveza con el nuevo esquema sería de $ 13.18 pesos, es decir, un incremento en el precio al consumidor de 1.41%.
La cerveza industrial se vende en diversas presentaciones, incluyendo la popular caguama. Con el esquema actual, el IEPS que paga la caguama crece menos que proporcionalmente a la cantidad de alcohol adicional, en comparación con la botella de 355 ml. Es decir, existe un incentivo para los productores para producir una presentación más grande, que contiene una cantidad mayor de alcohol. En cambio, la introducción del nuevo esquema impositivo incrementaría el precio de esta presentación en 1.69%, y el pago del IEPS es proporcional a la cantidad de alcohol que contiene la bebida.
Por otro lado, los productores artesanales de cerveza, que representan una pequeñísima porción del mercado y que tienen unos costos de producción mayores, enfrentarían una situación diferente. Por ejemplo, una cerveza de 4.5° GL, pero con un alto contenido de calidad percibida, puede tener un precio en el mercado de $ 35.00 pesos. Con un nuevo esquema ad quantum, esta cerveza tendría una reducción de precio de 12.64%, debido a que el nuevo esquema se basa en la cantidad de alcohol y, por tanto, no castiga la calidad percibida.
Las situaciones previas implicarían una pequeña reducción de la demanda de la cerveza industrial de menor calidad percibida, pero un incremento mayor de la cerveza artesanal. Por supuesto, esto no implica que los consumidores sustituirían cerveza de baja calidad por cerveza de alta calidad de forma inmediata, pues cada una está destinada a un segmento de mercado distinto. En el mediano y largo plazo, cuando los productores sean capaces de ajustar sus procesos productivos, el efecto del impuesto se reflejará en el incentivo a ajustar las características no alcohólicas de los productos para que sean de mejor calidad y puedan atraer mayor demanda.
En conclusión, el cambio en el impuesto no solo tiene efectos en la demanda. El impuesto ad quantum también hace que las empresas se concentren en bebidas con menor contenido alcohólico, por lo que cumplen su propósito de reducir la cantidad de alcohol consumida. Y, además, existe en este caso un efecto mejora (upgrading effect) porque las empresas se concentrarán en producir bebidas con mayor calidad no alcohólica.
Por el lado del vino, la producción de vino mexicana, que representa aproximadamente un quinto de la demanda, ha crecido de forma importante en años recientes, con producción localizada principalmente en Baja California. Otros estados productores incluyen a Coahuila, Querétaro y Aguascalientes. De forma similar a lo que ocurre con la cerveza, existe un amplio rango de calidades incluso para productos con similares contenidos alcohólicos. Por otro lado, y a diferencia de la cerveza, el vino enfrenta un IEPS más alto (30% bajo el esquema ad valorem) pues la mayoría de los vinos tiene más 14° GL o más. Por ejemplo, una botella de vino de 750 mililitros con 14° GL puede costar $ 275 pesos en un supermercado. Con la introducción del impuesto ad quantum, el precio de este producto se vería reducido en 16.13%. Pero un vino de una calidad superior, por ejemplo, uno que cueste $ 368 pesos, tendría una reducción de 17.89%.
De nuevo, en el corto plazo el cambio al esquema ad quantum incrementaría la demanda de vino, pero incrementaría más que proporcionalmente la demanda de los vinos con una mayor calidad percibida. Como una forma de beneficiar a los productores nacionales de vinos de alta calidad, el esquema ad quantum tiene ventajas sobre el esquema ad valorem. Sin embargo, se debe poner atención al incremento en la demanda y, por tanto, en la cantidad de alcohol total adicional que se consumiría. El efecto mejora también ocurriría en el mediano y corto plazo, abriendo espacio para políticas complementarias para el desarrollo de la industria del vino en México.
Relacionado al asunto de la calidad, en la actualidad existen vinos que se venden en el mercado con un contenido alcohólico de 13.5° GL. Una de las consecuencias del sistema escalonado de tasas ad valorem de México es que incentiva el amontonamiento (conocido como bunching en inglés), es decir, incentiva la producción de bebidas que apenas se encuentran del umbral de los 14° GL y que tiene una tasa de 30% y aprovechar la menor tasa de 26.5%. Con el impuesto ad quantum, proporcional al contenido de alcohol, no hay incentivos al agrupamiento.
Finalmente, el caso de los licores no es distinto. Por ejemplo, el tequila, que puede encontrarse en una amplia variedad de calidades y precios, vería también reducido su precio en promedio, pero de manera más que proporcional para las bebidas de mayor calidad. Concretamente, un tequila de 700 mililitros y 38° GL y que hoy cuesta $ 222 pesos vería su precio reducido en 12.84%. En cambio, un tequila de la misma presentación y contenido alcohólico tendría una reducción de precio de 28.81%.
Estos resultados muestran los posibles efectos de un cambio en el sistema impositivo. Es relevante que algunas bebidas podrían reducir su precio en el mercado, por lo que se esperaría un incremento en la demanda, algo que no es necesariamente deseables dados los problemas asociados al consumo de alcohol descritos en secciones anteriores. Entonces, es relevante preguntarse también cuál de los esquemas impositivos es más efectivo en el caso que se busque incrementar la tasa impositiva.
Otras dimensiones para considerar cuando se propone un cambio en el sistema impositivo
Los efectos en la producción y la demanda de bebidas alcohólicas del cambio en el esquema impositivo pueden tener otros efectos de segundo orden, no menos importantes, que deben tenerse en cuenta.
Por un lado, el mercado negro de licores representa hasta el 36% del total del consumo en México, lo cual representa no solo riesgos para la salud de quienes consumen estos productos, sino una afectación para las finanzas públicas, pues estas bebidas no pagan los impuestos que les corresponde.
Cuando se consideran los efectos sobre el empleo en la industria de las bebidas alcohólicas se deben considerar no solo los efectos directos por los cambios en la demanda y la producción de dichas bebidas, sino los cambios que resulten de del consumo de otros bienes y de los efectos en el empleo de un mayor o menor gasto público. La reducción del precio de algunas bebidas puede reducir el tamaño del mercado negro.
Otra dimensión que deben tomarse en cuenta es la carga sobre los recursos naturales que resultan de las actividades de producción de bebidas alcohólicas. Por ejemplo, por simplicidad, en el análisis de secciones anteriores se asumió que el agua tenía un costo cero. Esta simplificación se realiza para centrar la atención a los márgenes de decisión de contenido alcohólico y calidad percibida. Sin embargo, en los hechos, el asunto del agua debe ser incorporado como parte de los costos, no solo internalizados en los precios de los productos, sino los costos que enfrentan las comunidades que alojan a los productores.
Algunas tradicionales de México, como el mezcal, dependen de la explotación de plantas y maderas. La creciente demanda por mezcal en México, y cada vez más en Estados Unidos, se vuelve un factor que amenaza los ecosistemas de las regiones donde se produce. Las restricciones para que su elaboración se mantenga de forma artesanal impide también la introducción de ciertas tecnologías que podrían reducir los impactos ecológicos, generando una tensión entre lo deseable desde la perspectiva ambiental y la posibilidad de generar ganancias.
Pero, ante todo, el mayor reto en el diseño del esquema de impuestos debe tener en el centro el objetivo de contener los efectos negativos en materia de salud. La política de impuestos es solo una faceta de una estrategia que debe de prevención y de gasto. Cambios en las formas de los impuestos deben ir acompañadas de estudios detallados sobre los patrones de consumo y producción, donde los gobiernos y el sector privado deben cooperar para generar la evidencia que sustente posibles cambios.
Los cambios en materia de impuestos no son neutros: algunos productores y consumidores pueden ser afectados, mientras que otros se beneficien. El valor de la negociación recaerá en la búsqueda de mecanismos que concilien los objetivos de salud y los económicos. Las experiencias recientes, como las del etiquetado de alimentos y bebidas procesados, muestran que esto es posible de implementar.
Conclusión
La industria de las bebidas alcohólicas destaca por su importancia económica, tanto por el valor de su producción, por su creación de cadenas productivas, su generación de empleos y divisas. Al mismo tiempo, el consumo de alcohol está ligado a diversos padecimientos de salud, accidentes y presión a las finanzas públicas. Por tanto, los gobiernos emplean frecuentemente estrategias para desincentivar el consumo y producción de alcohol, incluyendo la introducción de impuestos especiales.
En México, el IEPS actualmente se calcula como una proporción del valor de las bebidas. En cambio, la mayoría de los países en el mundo emplean un esquema ad quantum, es decir, calculan el impuesto especial de forma proporcional al contenido alcohólico de cada bebida. El impuesto ad quantum refleja el costo social del consumo de alcohol, es decir, incorpora de manera más directa los efectos de externalidad.
El impuesto ad quantum puede tener efectos en la demanda, incrementando el precio de las bebidas con menor calidad y reduciendo el precio de las bebidas de alta calidad, como las cervezas artesanales, los vinos nacionales y los licores premium. Esta mayor demanda puede tener efectos positivos para el empleo en las industrias locales y tradicionales, que tienen costos más altos que los productores industriales nacionales e internacionales, quienes pueden aprovechar la escala de producción y comercialización.
En el mediano y largo plazo puede ocurrir un efecto mejora, que ocurre cuando los productores se ven incentivados en concentrarse en la calidad de las bebidas. Por otro lado, los cambios en el esquema impositivo podrían tener efectos no deseados en la salud, los recursos naturales y las finanzas públicas.
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